Diego Aboal:
29 de abril de 2025
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El invierno demográfico de Uruguay llegó:
cuatro años de crecimiento natural negativo
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Introducción
Uruguay atraviesa un momento inédito en su historia demográfica reciente: en los últimos años,
la población dejó de crecer de forma natural y comenzó a contraerse. Desde 2021 se registra un
crecimiento natural negativo, es decir, más fallecimientos que nacimientos cada año​. De hecho,
2021 fue el primer año en que murió más gente de la que nació en el país –algo nunca antes
visto– y esta situación se mantuvo en 2022, 2023 y 2024. Los datos del Censo 2023 confirman el
estancamiento poblacional: la población total apenas aumentó 2,5% en doce años, alcanzando
3,5 millones de habitantes. Sin la llegada importante de inmigrantes en la última década,
Uruguay ya habría tenido menos habitantes que en 2011. Estas tendencias tienen profundas
implicaciones económicas, sociales y culturales para el país​. A continuación, se analizan las
tendencias demográficas recientes en Uruguay, sus causas, las implicaciones para la sociedad
uruguaya, y posibles estrategias de política pública para mitigar o revertir sus consecuencias.

Tendencias demográficas recientes en Uruguay

Descenso de la natalidad: La caída de los nacimientos en Uruguay durante la última década ha
sido drástica. En 2015 nacían cerca de 49.000 bebés al año, pero para 2024 ese número se redujo
a menos de 30.000 (29.899), la cifra anual más baja desde 1900. En menos de diez años,
Uruguay tuvo una reducción de aproximadamente 19.000 nacimientos, lo que representa una
caída de casi el 40% en el número de nacimientos. Este desplome se refleja en la tasa global de
fecundidad, que cayó de alrededor de 2 hijos por mujer en 2015 a aproximadamente 1,3 hijos
por mujer en la actualidad. Una tasa de 1,3 es extraordinariamente baja, la segunda más baja
de Latinoamérica (solo superada por la Chile, 1,2), incluso inferior a la mayoría de los países
envejecidos de Europa​. Esta tasa no permite el reemplazo de la población, el que requeriría una
tasa de 2,1%. Esta tendencia se ha explicado en parte por una reducción significativa en los
embarazos asolescentes y juveniles​. En suma, Uruguay ha pasado a tener una natalidad muy
baja, similar a la de países desarrollados con “invierno demográfico”.

Aumento de la mortalidad y envejecimiento: Paralelamente, la mortalidad ha tendido al alza
en los últimos años, en parte debido al envejecimiento poblacional. Uruguay completó su
transición demográfica al estilo europeo: cada vez hay más personas de edad avanzada y menos
nacimientos, por lo que la estructura etaria se ha “invertido”​. La proporción de niños y
adolescentes (0–14 años) cayó a solo 18% de la población (era 28% en 1963), mientras que el
segmento de 65 años o más subió a casi 16%​. La edad mediana de la población uruguaya ya
ronda los 38 años, cuando a inicios de siglo XX era apenas 20 años​. Este marcado
envejecimiento implica que se registran más defunciones anuales simplemente porque hay más
población en edades avanzadas, a pesar de que la esperanza de vida es alta (cerca de 77–78
años). Además, la pandemia de COVID-19 provocó un pico extraordinario de fallecimientos en
2021, exacerbando temporalmente las cifras de mortalidad​. Uruguay pasó de tener unas 33–35 
mil defunciones anuales antes de la pandemia a 41.168 muertes en 2021 y 39.322 en 2022, las
cifras más altas en décadas. Si bien en 2024 las muertes bajaron a algo menos de 36.000 (ya sin
el efecto covid), este nivel sigue siendo más elevado en comparación con años previos​ a la
pandemia. En síntesis, la población uruguaya está envejecida y ello conlleva una mortalidad
creciente (particularmente notable tras el shock sanitario reciente).

Crecimiento natural negativo: La combinación de menos nacimientos y más muertes derivó
en un saldo vegetativo negativo. Uruguay históricamente tuvo un crecimiento poblacional lento
pero positivo; sin embargo, desde 2021 el balance nacimientos-defunciones es deficitario​. En
los últimos 4 años hubo 128.184 nacimientos y 150.123 defunciones. En solo 4 años la
población de Uruguay se redujo por este saldo negativo en más de medio punto porcentual. El
crecimiento natural negativo se ha convertido así en la nueva realidad demográfica del país.

Causas del crecimiento natural negativo
Las tendencias descritas obedecen a múltiples causas de índole socioeconómica, cultural y
sanitaria. Entender por qué Uruguay llegó a esta situación requiere analizar los factores detrás
de la baja fecundidad, el aumento de la mortalidad y los patrones migratorios.
Cambios sociales y culturales que reducen la natalidad: La caída de la fecundidad en
Uruguay es un fenómeno multifactorial, pero los expertos destacan varios elementos. Por
un lado, ha habido un cambio cultural en las concepciones sobre la maternidad y la
paternidad, así como en los proyectos de vida de los jóvenes. Cada vez más mujeres (y
parejas) postergan el nacimiento del primer hijo para desarrollar otros aspectos de sus
vidas –educación, carrera profesional, realización personal. La edad promedio al primer
parto ha aumentado, reduciendo el período fértil disponible para tener hijos adicionales.
A su vez, Uruguay es un país altamente urbanizado y secularizado, donde las familias
numerosas dejaron de ser la norma hace décadas; hoy predomina el modelo de hogares
pequeños (el 29% de los hogares son unipersonales, y la mayoría de los demás tiene solo
2 o 3 integrantes). Por otro lado, el acceso amplio a métodos anticonceptivos eficaces y
la educación sexual han permitido a las personas planificar mejor sus familias. Uruguay
también legalizó la interrupción voluntaria del embarazo en 2012, reduciendo los
nacimientos no planificados (especialmente entre adolescentes). Un efecto positivo de
estas políticas es justamente la drástica reducción de embarazos adolescentes, que
explica parte importante del descenso de la natalidad total. En síntesis, las nuevas
preferencias reproductivas de los uruguayos –favorecidas por mayor autonomía de la
mujer, inserción laboral femenina, métodos anticonceptivos y cambios de valores– han
llevado a que se tengan menos hijos que antes. Este fenómeno se ha dado muy
aceleradamente en los últimos nueve años, sorprendiendo incluso a los demógrafos por
su rapidez.
Envejecimiento poblacional y aumento de defunciones: Uruguay fue uno de los
primeros países de América Latina en completar la transición demográfica hacia bajas
tasas de natalidad y mortalidad, siguiendo un patrón más parecido al europeo. Desde hace
muchos años la fecundidad está por debajo del nivel de reemplazo, lo que ha ido
envejeciendo la estructura por edades. Una población más envejecida naturalmente
conlleva más muertes por año, ya que una proporción mayor de la población se 
encuentra en edades avanzadas con mayor riesgo de fallecer. Cabe aclarar que el aumento
de defunciones no se debe a que “se viva menos” –de hecho la expectativa de vida es
alta–, sino a que hay más personas expuestas a la mortalidad por ser ancianas. En
suma, pocos nacimientos y cada vez más adultos mayores forman una combinación
que aritméticamente produce saldo negativo.
Emigración e inmigración: El saldo migratorio cercano a cero implica que Uruguay
no cuenta con un “colchón” de crecimiento poblacional vía migración que contrarreste la
baja natalidad. Países desarrollados con demografía envejecida (p. ej. Canadá, España)
suelen apoyarse en la inmigración para renovar su población; Uruguay hasta ahora ha
tenido un atractivo moderado para los migrantes y no ha implementado políticas activas
de atracción. Esta situación podría cambiar en el futuro, dado que ya se debate si
fomentar una nueva ola migratoria como parte de la solución demográfica, pero por
ahora la emigración juvenil ha contribuido a agravar el problema del despoblamiento
relativo.
En conjunto, Uruguay se encuentra en una “tormenta perfecta” demográfica: muy pocos
nacimientos (por cambios culturales, económicos y de políticas reproductivas), una población
cada vez más vieja (que eleva las muertes) y un flujo migratorio que no contribuye en terminos
netos. Si bien estas tendencias reflejan, en parte, patrones globales de sociedades avanzadas, en
Uruguay se han conjugado con particular intensidad en los últimos cuatro años, llevando al país a
un punto de inflexión poblacional.

Implicaciones económicas, sociales y culturales
El declive demográfico plantea numerosos desafíos para Uruguay, tanto en el plano económico
como en el social y cultural. A continuación, se reflexiona sobre algunas de las implicaciones
más relevantes:
Impacto en la economía y el Estado de bienestar: Una población envejecida y en contracción
ejerce presión sobre los sistemas de seguridad social y salud. Uruguay tiene un amplio sistema
previsional y de protección social, cuya sostenibilidad depende de la relación entre aportantes
activos y beneficiarios pasivos. Con menos nacimientos, en el futuro habrá menos personas en
edad de trabajar por cada jubilado, tensionando la financiación de las jubilaciones y
pensiones. Ya se anticipa un aumento en la tasa de dependencia de adultos mayores: cada vez
menos trabajadores contribuirán para mantener a más retirados, a menos que se realicen reformas o aumente la productividad. De hecho, el país aprobó en 2023 una reforma jubilatoria que eleva gradualmente la edad de retiro, en respuesta a estas tendencias. Asimismo, el gasto público deberá reorientarse: habrá que destinar más recursos a cuidados de larga estadía, salud
geriátrica y prestaciones para adultos mayores, mientras que posiblemente se puedan redirigir
fondos desde sectores con menor demanda (por ejemplo, educación primaria). Por ejemplo, se
proyecta que habrá 120 mil niños menos en las escuelas en los próximos años, lo que implicará
escuelas con salones vacíos o la necesidad de reorganizar la infraestructura educativa. Este
panorama obliga a repensar las políticas fiscales y de desarrollo: con una fuerza laboral
estancada o menguante, el crecimiento económico a largo plazo podría ralentizarse si no se
compensan las pérdidas de mano de obra con aumentos de productividad o incorporación de
tecnología. También podría haber escasez de trabajadores en ciertos sectores (especialmente 
servicios de cuidado, salud, y oficios tradicionales) si la población activa disminuye, a menos
que se recurra a inmigrantes para cubrir esas plazas. En síntesis, el envejecimiento traerá costos
económicos considerables –en pensiones y salud– y requerirá adaptar el modelo económico
para sostener el nivel de vida en un país con menos jóvenes.

Desafíos sociales y comunitarios: Más allá de lo financiero, el cambio demográfico altera la
estructura misma de la sociedad uruguaya. La disminución de niños y jóvenes puede provocar un
vacío generacional en ámbitos como la educación, la innovación y la cultura popular. Por
ejemplo, menos jóvenes implica menos nuevos docentes, menos deportistas emergentes, menor
renovación en las artes, etc. Asimismo, al reducirse el tamaño de las familias, es posible que se
debiliten ciertas redes de apoyo familiar tradicionales en el cuidado de adultos mayores. El
hecho de que casi un tercio de los hogares sean unipersonales refleja una sociedad con muchas
personas viviendo solas, especialmente ancianos viudos; esto plantea retos de soledad y cuidado
que requieren respuestas comunitarias (redes de voluntariado, servicios domiciliarios, etc.).
Desde el punto de vista urbano y regional, el patrón demográfico puede agudizar la
despoblación del interior rural y la concentración en ciertas zonas. Ya el censo mostró que
Montevideo, la capital, perdió población (-5,3% desde 2011) mientras crecen departamentos
costeros como Canelones y Maldonado por migración interna. Esto está convirtiendo al país en
una suerte de “cáscara demográfica”, con los bordes más poblados y el centro vaciándose. Si la
tendencia continúa, algunas localidades del interior podrían volverse inviables, obligando a
repensar la planificación territorial y el mantenimiento de servicios públicos en zonas con
pocos habitantes (escuelas rurales, policlínicas, etc.).

Implicaciones culturales e identitarias: El fenómeno ha suscitado incluso discursos
apocalípticos en medios, preguntándose si los uruguayos “se van a extinguir”. Si bien esa idea
es exagerada –Uruguay seguirá existiendo, aunque con menos habitantes–, sí hay una
preocupación por la continuidad cultural. Uruguay es un país pequeño cuya identidad
nacional se forjó, en buena medida, en la segunda mitad del siglo XX con una población estable
en torno a 3 millones. La posibilidad de descender por debajo de esa cifra en las próximas
décadas genera inquietud simbólica: ¿cómo mantener el dinamismo cultural, la influencia
internacional o la preservación de tradiciones con una base demográfica mermada? Por otro lado,
la eventual necesidad de abrirse a la inmigración para suplir la baja natalidad podría
transformar gradualmente el perfil cultural de la sociedad. En el pasado, Uruguay se enriqueció
con corrientes migratorias (españoles, italianos, etc.); en el presente, ya conviven nuevos
inmigrantes latinoamericanos, aportando diversidad étnica, lingüística y cultural. Integrar a estos
colectivos y redefinir qué significa ser uruguayo en una sociedad más diversa será un desafío,
pero también una oportunidad de revitalización. En esencia, el país enfrenta el reto de
rejuvenecer su tejido social sin perder su cohesión. Este proceso exigirá adaptaciones en las
políticas de identidad nacional, celebrando la llegada de nuevos uruguayos (sean nacidos o
inmigrados) para contrarrestar la narrativa pesimista del declive.

En conjunto, las implicaciones del crecimiento natural negativo son profundas: el país deberá
reinventarse en ciertos aspectos para asegurar que un Uruguay con menos niños y más mayores
siga siendo próspero, solidario y culturalmente vibrante. Lejos de ser un tema meramente
estadístico, la demografía incide en todas las facetas de la vida nacional, desde la economía
hasta la cotidianeidad de las familias.

Posibles soluciones y estrategias de política pública
Frente a este panorama, se hace imprescindible actuar desde las políticas públicas para mitigar
las consecuencias del declive demográfico e incluso, en la medida de lo posible, revertir la
tendencia de baja natalidad. A continuación se discuten algunas estrategias que Uruguay está
considerando o podría implementar:
Diseñar una política de Estado en materia poblacional: Reconociendo la gravedad del
asunto, el gobierno uruguayo incluyó en 2023 la creación de una Comisión de Expertos
en Política Poblacional para trazar una “hoja de ruta” de largo plazo. Esta comisión
–que integrará demógrafos, economistas, educadores, expertos en migración y salud–
tendrá la tarea de analizar experiencias internacionales exitosas y recomendar medidas
concretas. El hecho de abordar la cuestión como una política de Estado es clave, pues las
soluciones demográficas suelen requerir continuidad más allá de un período de gobierno.
En resumen, se busca un enfoque integral y planificado, que articule diferentes ámbitos
de acción.
● Fomentar la natalidad con apoyos a las familias: Diversos actores políticos han
propuesto iniciativas para estimular que nazcan más niños en Uruguay. Entre las ideas
discutidas están la creación de un “salario maternal” (subsidio económico directo a las
madres por cada hijo nacido), la ampliación de las licencias por maternidad y
paternidad y la expansión de la red de centros de atención a la primera infancia (CAIF)
para facilitar la crianza. El objetivo de estas medidas es reducir las barreras económicas y
laborales que actualmente desincentivan a algunas parejas de tener hijos. Por ejemplo,
extender la licencia paga por maternidad/paternidad y garantizar guarderías accesibles
permitiría conciliar mejor trabajo y familia, alentando a tener el número de hijos deseado.
También se discute otorgar incentivos fiscales a familias con dos o más niños, ayudas
para vivienda a parejas jóvenes con hijos, y programas de educación para la
parentalidad que revaloricen el rol de la familia. Es importante señalar que ningún
incentivo garantiza por sí solo un alza significativa de la natalidad (la experiencia global
muestra efectos modestos), pero un paquete coherente de políticas familiares puede al
menos evitar que quienes desean tener hijos posterguen indefinidamente esa decisión.
Uruguay, con su tradición de Estado de bienestar, tiene margen para innovar en este
campo y orientar recursos a invertir en infancia como una apuesta de futuro. Un matiz a
considerar es que el aumento de nacimientos debe lograrse sin retroceder en logros
sociales: por ejemplo, la reducción de embarazos adolescentes es un avance, por lo que
las políticas deben centrarse en fomentar nacimientos planificados y en contextos
propicios, no simplemente aumentar la cantidad a cualquier costo.
Facilitar una inmigración estratégica y la reinserción de emigrados: Dado que el
crecimiento natural será limitado incluso en el mejor escenario, Uruguay puede
complementarlo promoviendo la llegada de nuevos habitantes en edad productiva. Esto
implica diseñar una política migratoria activa: simplificar trámites de residencia, ofrecer
paquetes de instalación (idioma, convalidación de títulos, vivienda), y focalizar en
colectivos de países vecinos o culturalmente afines que puedan integrarse con mayor
facilidad. Por ejemplo, se podría estimular la inmigración de jóvenes argentinos o
brasileños que quieran emprender o trabajar en Uruguay, aprovechando la estabilidad y 
seguridad relativa del país. Asimismo, capitalizar la llegada de venezolanos y cubanos
altamente calificados, incorporándolos al mercado laboral formal. Junto con atraer
extranjeros, Uruguay puede incentivar el retorno de sus propios ciudadanos
emigrados: campañas de “vuelta a casa”, facilidades para repatriar ahorros o
emprendimientos, convenios para reconocimiento de experiencia adquirida en el exterior,
etc. Cada uruguayo que regresa en edad fértil es una potencial familia más que se forma
en el país. Estas políticas migratorias deben ir acompañadas de esfuerzos de integración
social para evitar guetos y tensiones culturales. Si se manejan apropiadamente, los
inmigrantes pueden contribuir no solo a la demografía, sino también a la economía
(emprendimientos, mano de obra joven) e incluso a la diversificación cultural en un país
históricamente formado por migraciones. Uruguay está llegando al punto en que
necesitará nutrirse de nuevos uruguayos nacidos fuera.
Adaptación de las estructuras sociales al envejecimiento: Mientras las medidas de
estímulo demográfico surten efecto (lo cual tomará años), Uruguay debe adaptarse a la
realidad de una población mayoritaria adulta. Esto implica reformar y fortalecer los
sistemas de cuidados y salud para personas mayores. Programas como el Sistema
Nacional de Cuidados cobran aún más relevancia para atender a los ancianos que viven
solos o con dependencia. Se requerirá formar más cuidadores gerontológicos, ampliar la
cobertura de hogares diurnos y residencias de ancianos, e incluso “desmontar el
paradigma de la vejez como carga” y aprovechar las capacidades de los adultos
mayores activos. Por ejemplo, fomentar el envejecimiento activo y la participación de los
jubilados en voluntariados o mentorías puede mitigar la carga social y a la vez mantener
integradas a estas personas. También habrá que adaptar la infraestructura: ciudades
amigables con los mayores (accesibilidad, transporte público adaptado) y readecuación
de escuelas o espacios subutilizados para otros fines comunitarios. La educación deberá
ajustarse a la reducción de matrícula: en vez de cerrar escuelas sin más, Uruguay podría
aprovechar la oportunidad para bajar la proporción alumno/docente, mejorar la calidad
educativa o reutilizar instalaciones para educación inicial (si se busca aumentar la
natalidad, la expansión de guarderías será útil). En definitiva, convivir con menos
jóvenes requerirá creatividad para mantener la vitalidad social –por ejemplo,
promoviendo interacciones intergeneracionales, eventos culturales que incluyan a todas
las edades, etc.– hasta lograr un eventual reequilibrio poblacional.

Conclusión
La situación demográfica de Uruguay, marcada por el crecimiento natural negativo en los
últimos cuatro años, representa un desafío de gran envergadura pero no insuperable. El país se
encuentra ante una coyuntura histórica que exige reflexión profunda y acción decidida. Las
cifras de natalidad, mortalidad y migración han dejado de ser meros datos estadísticos para
convertirse en insumos clave de la planificación nacional. Afortunadamente, Uruguay cuenta con
fortalezas institucionales para enfrentar este problema: un Estado capaz de implementar políticas
sociales, una sociedad civil consciente y un consenso multipartidario emergente de que el tema
debe abordarse con urgencia. No obstante, las soluciones demográficas son de efecto lento y
requieren persistencia. Será necesario persistir durante décadas en políticas de estímulo
familiar y apertura migratoria para ver resultados tangibles en la estructura por edades.

En el camino, Uruguay puede inspirarse en experiencias de otros países que lograron atenuar su
declive demográfico mediante estrategias integrales. Pero también deberá encontrar respuestas
acordes a su idiosincrasia: ¿Cómo mantener e incentivar que los uruguayos formen familias
aquí? ¿Cómo atraer manos y mentes nuevas sin perder la identidad? Son preguntas
complejas que demandan un amplio debate social. Lo que está claro es que ignorar la tendencia
no es opción –los datos ya “gritan” la realidad de un país con menos cuna y más bastón. De la
respuesta que se articule hoy dependerá en buena medida el Uruguay de las próximas
generaciones.

En suma, la encrucijada demográfica uruguaya invita a pensar en políticas que abracen la vida
(nacimientos) y den la bienvenida a nuevos compatriotas (inmigración), a la vez que se cuida
dignamente a quienes forjaron el país (adultos mayores). El reto es asegurar que Uruguay
continúe siendo la “banda oriental” de historias compartidas y progreso, aunque sus
indicadores demográficos cambien. En esta transición, lejos de visiones fatalistas, se puede ver
una oportunidad para reinventarse: construir un Uruguay más innovador, inclusivo y humano,
donde cada niño que nazca (pocos o muchos) sea celebrado y cada mayor sea respetado. El
futuro demográfico está en nuestras manos, y afrontarlo con anticipación y solidaridad será la
clave para que el país salga fortalecido de esta prueba histórica.

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